En aquellas tardes de infancia,
que eran fiesta cuando abrías la puerta,
de aquel cuarto oscuro, en el que te curabas.
Verte sonreír, era siempre el mejor regalo.
Cuando miro a mis hijas,
cuando tiemblo entre sus sueños,
o cuando me duele la piel de sus tropiezos,
te miro también y te siento.
Cuando vendías las hortalizas
en el Mercado del Sur
y separabas una moneda de tu mandil,
para comprarme aquel vestido de flores,
para estrenar el domingo de Ramos,
emoción entre tus manos y las mías.
Y cuando me enseñas,
todos los días de tu vida,
cómo administras la fuerza que te queda
y descifras la melancolía,
que sostiene mi intemperie,
lo entiendo todo madre,
mis sueños, eran también los tuyos.
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