No encuentro por más que busco, palabras que describan la emoción que se siente,
cuando te nombran, cuando te esperan y te respetan, quienes habitan el lugar que eres.
Tardé tanto tiempo en llamar a sus puertas, en deshojar la margarita, que decía siempre que sí.
Quizá fuera necesario todo ese camino, para llegar a ser hoy, para caer ante el gesto humilde, que se resiste a que lo mires, porque no se atreve a mostrarse así,
con las manos entre la tierra, con el cansancio entre sus pasos y con algún equipaje de sueños perdidos.
Me faltan palabras también, para expresar la fuerza del regalo de una sonrisa, que hace amable el camino, cuando me piden que vuelva otro día y se componen con sus mejores vestidos
y más importante aún, con el renovado ánimo de la confianza, cuando sientes que eres, porque ellos te esperan y que ellos entienden el orgullo de su grandeza, cuando tú los miras. Y entonces,
todo lo que sucede, el rostro entregado, la humildad de esa mirada y el íntimo orgullo de saber, que entre ellos, cuando me nombran, me llaman la retratista
y mientras, el alma limpia, que no encontraba su lugar, crece entre la tierra de sus manos
y se ahoga feliz entre sus vidas.
Esa certeza, desenfoca el objetivo y en la fértil oscuridad ,un hilo de luz aprende la ilusión.
Sí, me confieso culpable. Disfruto disparando y disparo siempre con amor, mientras aprendo sus miedos, sus tierras más fértiles, las mejores horas para el riego, sus ilusiones, sus territorios, ese universo que les importa y que me habla centímetro a centímetro del origen que me ayuda a sentir, que la dignidad que construyo, es para ellos.
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