jueves, 21 de agosto de 2014

Después de todo, queda la vida











Cuántas veces intuimos el amor,
al otro lado de la taza del café.
Alguien mira ese paisaje que desconoce.
Momentos mágicos de plenitud y de miedo.
Pero no podemos bailar el amor, con músicas distintas,
aunque la fuerza de uno, baste para construir el sueño,
nadie puede venir a salvarnos, porque el amor está escondido,
circulando suavemente y es preciso desvelarlo, no asustarlo.
Si la piel no siente que alguien se acerca, de nada sirve el orgullo,
porque podríamos habernos querido, con vocación de amor,
pero no nos hubiésemos amado.
Si ese baile es imposible, debemos desistir,
reclinarnos en la memoria
de ese instante de quietud, en el que nos miramos a los ojos
y sentimos que éramos dignos,
de abrazar una amistad sin partituras, que no pudo ser.
Hoy he venido a despedirme
y a cambiar las señales, para que pierda el rumbo entre la niebla,
quien traiga entre sus manos, una jaula para encerrarme.
Y que sólo pueda encontrarme, quien conozca la melodía
del último estremecimiento del amor.

Es hora ya de volver a casa.



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